27.2.19

El sueño

Sueño que soy un hombre, que estoy apurado y corro. Que soy flaco y largo, que miento sobre lo que hago, que me escondo en zapaterías, solo en zapaterías, ocultando no sé qué, como si fuera un niño que robó de un kiosko. Sueño que busco al diablo, al hombre de rojo y negro que sabe de mi muerte.
Sueño que solo deseo mi muerte.
Corro por pasillos de luz tenue, con desorden y escaleras con descansos que dan al vacío. Podría no saltarlos, pero aún así sigo corriendo en busca de la muerte.
Alguien me sigue, tal vez sabe de mi plan o tal vez quiere impedirlo. Será de quién me escondo? Por qué me escondo? Por qué estoy apurado?
Saltamos escaleras, él y yo, mientras miento sobre a dónde voy. Me corre como si fuera mi sombra. Llegamos a destino, me imagino. Una puerta anticuada y destartalada, para nada asegurada, a un tirón de ser abierta. Llegamos y del otro lado, el fin.
Él abre primero, desconocedor, imprudente.
Del otro lado lo vemos, parsimonioso, a la espera de lo que sea, como si supiera que alguien lo busca, parado en un umbral que da a la calle en pleno día, a pleno sol. La sombra apenas cubre su forma robusta y su piel roja brillante. Parece broma que sea así, como de película. Su mano fría se estira hacia mí y con un desinteresado roce mide mi corazón en pulgadas para decirlo en vos alta. No recuerdo el número. Luego se lleva a mi sombra... O lo que fuera que él era. Se van por un breve momento que resultaba eterno, poblado de mi ansiedad e histeria. Pronto vuelve mi sombra. Aún flaco y largo, aún molesto, pero ahora más sonriente. Aún con vida. De todas formas no importa porque ya es mi turno, tal vez él no quería acabar con su insufrible y copiosa existencia.
Pronto se acerca a mi de nuevo el portador de mi escape. Viene hacia mí impasible y con la calma de a quien nada lo apura. Mi mirada ha de ser intensa, más la suya resulta impenetrable.
Con cierta gracia presiona mi hombro ligeramente y deja impregnado un círculo plastimetalico con cuenta regresiva y algunos números más que no comprendo. "Querías saber? Te quedan tres minutos". Estoy confundido, pero no parezco arrepentido. Yo esperaba que me apague con su toque, que algo instantáneo pase. Siento una presión alrededor del aparato que tengo ahora incorporado. Me voy, dirigiendome no sé a donde con mi escaso tiempo. Comienzo a sentir ansiedad en el cuerpo, aunque no estoy asustado, es una mezcla de impaciencia y desconcierto. No puedo correr porque me acelera el pulso y algo me dice que no es mi salud. No puedo dejar de respirar porque me duele. Solo puedo caminar, con la misma calma que fui sentenciado, hacia ningún lado. Creo que quiero ir al baño pero en ninguna puerta me dejan pasar. Y incómodo, en el camino encuentro una mesa con caras conocidas y me siento a esperar lo inevitable. Un poco creo que me dió gracia compartir mis últimos momentos con una amiga y un extraño quienes van a presenciar cómo me desvanezco, me apago o quién sabe cómo será. Hablamos suavemente sobre algo trivial, y de pronto llega. Tres minutos más tarde, la sensación.
Como un shock de desfibrilador, como renacer.
Se desprende de mi hombro el aparato y mi audiencia se queda mirándolo. Me preguntan y no sé qué explicarles. Creo que entiendo que debería seguir adelante. Sonrío como con complicidad mirando hacia adentro mío. Creo que le agradezco, pero también siento que no es la última vez que me encuentre corriendo en su búsqueda.

16.2.19

El huracán

Siempre es un día pasadas las 2 AM en el que estoy sola cuando mis demonios tocan sin esperar respuesta para abrirse paso.
Un día cualquiera mis pies tibios tocan los cerámicos del baño y mi pecho está estático, en el estómago un hueco, mi cabeza en llamas y el cada tanto repentino desasosiego aparece para avisarme que éste es el ojo del huracán. No estoy muerta pero podría estarlo... Y eso estaría bien. Es en cada momento que uno abraza la muerte donde se ve más a la propia cara que nunca. No puedo mentirme ahora. Ésto soy yo. Soy la mente retorcida que piensa que no le importa suficiente a nadie como para que alguien sepa de estos escritos. Soy la misma que no va a matarse hoy. Soy la que conoce el secreto mejor guardado y más desmentido de la humanidad que es que todos somos más que nada egoístas. También soy la que no puede ser feliz porque los demás me importan demasiado. Soy la que posa, soy la adicta a no ser adicta, la adicta a tener el control. Soy la que no es suficiente y la que se siente culpable por despreciar el amor desmesurado que me dan al decir que no me valoran. Aún así me siento de esta forma. Soy relleno, soy un personaje reconocible y con características marcadas. Pero no soy una protagonista, no protagonizo una vida digna. Cuando estoy sola me siento fuera del set, como si las luces se apagaran y no hubiera nada más que demostrar así que puedo estar simplemente tirada en la cama, sola y triste porque eso soy. Soy miedo. Soy mis traumas. Soy mi propia jaula. Pero ahora no siento nada adentro, soy mi molestia física. No tengo que probarle nada a nadie, nadie se merece la importancia que le doy. De hecho nadie se merece nada y supongo que por eso estoy como estoy, porque espero recibir las cosas que creo merecer, y aparentemente tales cosas no existen. No hay nada esperando por mí, está todo a mi disposición. Soy el huracán que se avecina pero todavía no encuentro de dónde sacar la fuerza.